Presentamos la segunda parte del artículo de monseñor Ghiberti. Sea nuestro humilde homenaje a un gran hombre.
3.2 Capítulo 20: "El primer día de los sábados".
El capítulo 20 se abre en el mismo lugar y en el mismo clima, pero han pasado unas horas: un tiempo breve, pero que ningún ser humano podrá jamás medir. El relato joánico describe cuatro escenas que tuvieron lugar allí, en el sepulcro. Se suceden en un crescendo de testimonios destinados a ilustrar lo que había sucedido con aquel cadáver.
En la primera (vv. 1-2) la piedra volcada del sepulcro deja sólo a la Magdalena para observar el vacío, la oscuridad y el silencio absolutos, que ejercen ya la primera función embrionaria de testigos (si no está, ¿dónde está? ¿Por qué no está?), mientras la Magdalena, también testigo, reacciona trayendo un anuncio.
La segunda escena (vv. 3-10) tiene como protagonistas a los dos discípulos, Pedro y el anónimo que domina toda la escena de la segunda parte del Evangelio, y los testigos son esta vez los paños mortuorios, mientras persiste el silencio total, con el vacío del cadáver. Es una escena singular en la secuencia de los relatos en el sepulcro y de todos los relatos pascuales, no sólo de los joánicos: es la única vez que intervienen los paños mortuorios como testigos directos, la única escena en el sepulcro con protagonistas del grupo de los discípulos, la única que no termina con el anuncio de los testigos, entre los que hay una reacción de fe que aún no es completa, pues todavía no va acompañada del "conocimiento" de la Escritura. Un significado único y muy especial en esta excepcionalidad lo tienen los paños, convertidos en interlocutores de los discípulos.
En la tercera (vv. En la tercera escena (vv. 11-13), ya no se mencionan los vestidos, porque la atención está totalmente captada por la presencia y la pregunta de los ángeles, pero se sigue pensando en la presencia de los vestidos en un segundo plano, mientras se subraya la ausencia del "cuerpo" que había sido colocado dentro de ellos: se afirma la ausencia del cadáver, no de los vestidos, que espontáneamente se cree que están presentes, tan presentes que sugieren que el cadáver que ha vuelto a la vida ha asumido la condición del equilibrio primitivo del hombre que no tiene necesidad de cubrir su cuerpo.
La escena conclusiva (vv. 14-18) testimonia la reanudación de la relación vital entre el que hasta entonces era sólo un cuerpo sin vida y ahora ha retomado una condición vital que ya no se limita a la dimensión terrena, porque se realiza en perfección y totalidad en la ascensión al Padre.
Después, ya no se hablará de los paños, porque a partir de entonces será un triunfo de la presencia y de la vida.
Pero volvamos al testimonio del sepulcro, en particular a las escenas segunda y tercera. Llama la atención la ausencia del cuerpo, tanto más resaltada por la presencia de los paños ahora desprovistos de su contenido, que era la razón de su presencia en este lugar. Precisamente por su vacío, los paños se han convertido ahora en testigos de la vida. No nos detendremos en el significado de la terminología y la descripción, sobre las que me parece que ya está todo dicho, para centrar la atención en la dinámica de la escena.
Cuatro, como hemos visto, son los momentos del relato y cada uno con un desenlace que prepara el siguiente. El anuncio de Magdalena introduce la entrada de los dos discípulos cualificados; el silencio total y la ausencia de anuncio por parte de éstos deja libre la atención a los vestidos en su condición de vacío y desorden; la desorientación de Magdalena prepara la sorpresa del diálogo posterior con el resucitado, que de ausente se hace de pronto presente, y que concluirá con el último anuncio o testimonio. De particular importancia es la matizada mención del cuerpo.
Indiscutible y misteriosamente ausente de la escena de los discípulos, es ya objeto de una fe aunque incipiente por parte de uno de ellos (ambos, Pedro y el Amado, no conocían aún la Escritura), sin que por ello concluya en el testimonio: a diferencia de la Magdalena, los discípulos terminan su visita sin consecuencias de anuncio (v. 10). Y si la fe es -aunque todavía no concluida-, tiene por objeto la reconstitución de la realidad humana, por tanto corpórea, del Señor. De testigos de la ausencia, los vestidos asumen así la eficacia de una referencia a ese cuerpo que aún no se ve (o que ya no se ve).
En la tercera escena, la mención tenue del cuerpo adquiere un valor inmenso: es la conclusión de un discurso reducido y sin embargo fundamental sobre el "cuerpo" de Jesús en nuestro Evangelio. Había comenzado casi tranquilamente en el capítulo 2, en la voz narrativa del evangelista, que interpretó el desafío de Jesús "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" con la afirmación "pero hablaba del templo de su cuerpo". Y contextualmente, el evangelista se refería al momento de la resurrección de Jesús, cuando los discípulos recordaran lo que había dicho y creyeran en la Escritura y en la palabra que Jesús había pronunciado. A lo largo del relato evangélico, el término "cuerpo" no volvería, hasta el momento de la muerte en la cruz y la sepultura: José de Arimatea pide y obtiene de Pilato el cuerpo de Jesús y va a sacarlo de la cruz junto con Nicodemo. Es el momento en que aparecen las othónia, con las que envuelven (propiamente 'atan') el 'cuerpo' de Jesús', el momento en que el templo del cuerpo de Jesús aparece destruido y comienza el cumplimiento de la predicción. En las escenas del descubrimiento del sepulcro vacío, "al día siguiente del sábado" y, por tanto, tres días después de la destrucción del templo-cuerpo, vemos los paños mortuorios sin el cuerpo, porque Jesús ha resucitado. Y es este templo de su cuerpo el que Jesús ha resucitado. La aparición del pseudo-ortolano a la Magdalena lo confirma inmediatamente: Jesús resucitado, con su cuerpo, puede ser tocado pero no puede ser sostenido. Así concluye y se cumple el desafío lanzado por Jesús al comienzo del evangelio, y la realidad del cuerpo-templo queda confirmada y consagrada: la santísima humanidad de Jesús se ha convertido en el lugar por excelencia del encuentro del hombre con la Divinidad. Parece que los paños funerarios han perdido interés, pero esto no es correcto. Los paños del cuerpo-templo se habían convertido, en la economía divina, en lienzos cultuales, desempeñando una función testimonial a favor del cuerpo que se había constituido templo, víctima y sacerdote (me parece que la distancia con la enseñanza de Hebreos no es grande). Cuando, sobre todo en la sensibilidad y la liturgia orientales, se oye hablar de los "sudarios" que se extienden sobre las mesas del altar para preparar el sacrificio eucarístico, nuestra sensibilidad occidental reacciona con reserva, por la impresión de asistir a una exageración o incluso a una deriva del sentimiento. Me parece, sin embargo, que un análisis atento del relato joánico sugiere una aceptación confiada de esta comparación.
3.3. El mensaje de los testigos silenciosos
Continúa el mensaje de un testigo tan silencioso como eficaz. Juan había dicho, al final de la escena inicial del templo, que las palabras de Jesús sobre el templo de su cuerpo serían recordadas después de la resurrección y que los discípulos creerían en la Escritura y en la palabra pronunciada por él. Todavía no hemos visto esto en su totalidad en la misteriosa escena de los dos discípulos ante el sepulcro. Se trata, en efecto, de un camino laborioso (¿con baches?) hacia la fe en el Resucitado, tanto para los dos hombres como para la Magdalena (y no menos para nosotros), y que sólo se resolverá con la presencia y la voz de Jesús en la última escena: "Porque me habéis visto, habéis creído; bienaventurados los que no han visto y han creído"].
Los vestidos son, pues, un testimonio liminal de la fe, una indicación de los caminos del itinerario de la fe. E intervienen como una llamada a la memoria y un estímulo para la recuperación de las Escrituras: sólo cuando esto haya tenido lugar, el proceso estará completo.
A través de la referencia al cuerpo, los paños entran en la economía de esa nueva creación a la que da lugar la resurrección de Jesús. Serán las grandes apariciones del Resucitado las que lo expliciten (en la segunda parte del capítulo 20), sobre todo con la modalidad del don del Espíritu (el soplo, que recuerda sin duda el acto creador con el que Dios da vida al primer hombre en Gn 2,7 y la eficacia del poder para la remisión de los pecados; pero ya en el sepulcro se había producido el abandono de los paños sepulcrales, manifestando en el triunfo de la resurrección el equilibrio originario de un cuerpo que no teme la desnudez. Y en el momento en que se manifiesta, desaparece. Esto me parece una clara indicación de la misión-función del sudario también hoy, entre nosotros. Cuando desaparece, no ha completado su función/misión.
Con gran emoción tomamos conciencia de un hecho muy rico en relación con los paños mortuorios de Jesús: no son en absoluto un detalle secundario, sino una indicación y un componente valioso del camino de fe sugerido por Juan. Creo que es una pista abierta para un trabajo que aún está lejos de la madurez y que promete frutos de gran interés para la ciencia y para el servicio del Evangelio.
Nuestra reflexión de hoy se sitúa también en esta línea de trabajo. La constatación de lo que fue al principio -sin duda, inconscientemente por parte de los primeros testigos- es un estímulo para no dejar inactivo un instrumento de anuncio tan rico, incluso en la reserva de su aparente mutismo. Lo que no sabemos, salvo recurriendo a hipótesis no fácilmente verificables, es qué tipo de acogida y qué reacciones de interés vital suscitó inicialmente su presencia. Es el destino de muchas realidades que han llegado hasta nosotros a lo largo de los siglos; y es la razón del temblor, por miedo a no distinguir entre las ofrendas válidas y las no fiables de una tradición que puede ser engañosa o incluso perjudicial.
4. En el presente
La conciencia de un viaje realizado sobre sus posibles (y ahora creo que podemos decir muy probables) orígenes da serenidad a la continuación en el presente y nos impulsa a no descuidar ninguna pista del pasado. Y mientras tanto, hay que responder al compromiso de analizar cuidadosamente este presente siempre misterioso.
El presente -la dimensión de hoy, las características de nuestro mundo- muestra rasgos curiosamente contrastados como, en particular, una radical necesidad de objetividad y severidad del discurso acompañada de una curiosa disposición a aceptar propuestas científicamente infundadas y a veces incluso indignas. Me parece que, a partir del estudio que hemos resumido, la Sábana Santa cumple todos los requisitos de una investigación científica seria. Sólo hace falta presentarla con la gracia y la precisión que merece.
Desde que se ha documentado su presencia en nuestra tierra, ha sido constante la presencia de una conciencia precientífica que ha visto en ese complejo una relación inmediata con los acontecimientos finales de la vida de Jesús. La base de este fenómeno es el conocimiento del relato evangélico y la observación espontánea de la correspondencia de los dos "relatos", el literario del evangelio y el de la imagen del sudario. Esta relación -precientífica, no irracional- sigue estableciéndose espontáneamente, de la misma manera, hoy en día. Quizás hoy la sensibilidad hacia este mensaje se ha acentuado y ciertamente su comunicación ha alcanzado un grado de difusión impensable hasta hace poco. Y no ha perdido en motivación y emoción para quienes se acercan a él. De hecho, no está realmente condicionado a la fe, porque el diálogo con el hombre que sufre y yace en la muerte se inicia sin proclamación de conciencia ni calificación de credo. Mi propia y pobre experiencia de muchos años ha verificado la influencia de este enfoque tanto en el plano ecuménico (protestantes, judíos, incluso musulmanes) como en el del diálogo con los no creyentes. Ciertamente, los prejuicios están lejos de estar ausentes y el registro pasional socava tanto la lectura de la historia atestiguada por la tela como la sensibilidad hacia esa misma historia. La Sábana Santa entra también en la categoría de las propuestas: muy sugerentes, pero propuestas, no impuestas. Pero muchos, con ocasión de esta propuesta, sienten la sugerencia como un asentimiento.
La Sábana Santa no añade nada a lo que la fe y los documentos de todo tipo me dicen. Sin embargo, con esa imagen presente en nuestra conciencia/fantasía, la meditación sobre el sufrimiento o sufrimientos de Jesús adquiere otro significado. La proclamación evangélica mediada por esta imagen se vuelve fácilmente atractiva, empezando por el llamamiento que hace a mi persona. Y más allá de mí, se revela eficaz para implicar a personas lejanas, que hasta hace poco se consideraban interlocutores impensables. Tal vez no esté fuera de lugar hablar aquí de un inicio de perspectiva de "nueva evangelización", en un sentido, aunque sea genérico, casi vulgar. El propio rasgo de inconclusión de este discurso, de aproximación, de "no más que probable" -aunque en el más alto grado de probabilidad- parece corresponder a las características del itinerario de fe de innumerables buscadores de lo verdadero en la actualidad. Cuán cierta es tal propuesta en el régimen de "inseguridad de la fe", hoy, hasta el punto de convertirse en un momento ejemplar precisamente para la lucha cotidiana de la fe.
¿En qué sentido nuestro tiempo exige un Evangelio "nuevo"? Lo "nuevo" tiene una necesidad elemental: ser comprensible. La Sábana Santa abandona/supera todo simbolismo con la total plenitud de su mensaje. Nos parecía que la Sábana Santa era un testimonio liminal de la fe, una indicación de los caminos del itinerario de la fe. Me parece que esta característica es particularmente adecuada para el diálogo en la condición actual.
El encantador público me disculpará si lo poco que digo sobre la "nueva evangelización" en la práctica recoge siempre confidencias de mi pequeña experiencia. Si supieran qué extraña reacción suscita en mí la referencia a la nueva evangelización... Surge de pronto la pregunta de qué hay de nuevo en mí, para la evangelización que me debo ante todo a mí mismo a lo largo de los años: ¿es todavía hoy la Sábana Santa "evangelio" para mí y puedo incluso ahora presentarla como "evangelio" a quienes se me acercan? La peste de la costumbre, la experiencia de un, al menos aparente, declive general de la fe, la impresión de que el discurso y la propuesta de la Sábana Santa se reciben como la previsible costumbre que, en el mejor de los casos, no puede atravesar la costra de la emotividad, son motivos que tientan al desánimo. Pero entonces me doy cuenta - inmediatamente - de que este sentimiento concierne a todas las caras de la evangelización. Debo fijarme más en lo positivo que en el declive de la adhesión controlable a la fe.
Lo positivo de la Sábana Santa es su excepcionalidad, creo que puedo decir singularidad. La Sábana Santa tiene una singularidad propia que habla y me parece que no está condicionada a -digamos- la mediación clerical. Si me permiten una pequeña confidencia: siento una alegría particularmente grande cuando estoy en medio de amigos laicos, que están en todo más que yo, ciertamente empezando por las cuestiones técnicas, las discusiones sobre los más variados temas científicos, pero también en la discusión y planificación de iniciativas pastorales: intervenciones científicas (cada vez me siento más pollito) e iniciativas con implicación pastoral (en el mundo de la cultura, de los jóvenes, de los afligidos, etc.). Por supuesto, los signos tradicionales también conservan su significado, pero la relación con la actualidad es un recordatorio constante y una fuente de búsqueda sentida.
5. La Sábana Santa y la Nueva Evangelización
Un periodista preguntó una vez al Cardenal Ratzinger: "¿Podemos representar a Jesucristo tal como aparece en la Sábana Santa?". El Cardenal respondió: "La Sábana Santa es un misterio, una imagen que aún no ha encontrado una explicación inequívoca, aunque muchas cosas hablan a favor de su autenticidad. En cualquier caso, nos conmueve: con la singular fuerza de esta figura, con las enormes heridas". "Y con su impresionante rostro", prosigue el periodista. Y Ratzinger: 'Podemos reconocer en este rostro la pasión de una manera impactante. Además, vemos en él una gran serenidad interior. En este rostro descansa la serenidad y la relajación, la paz y la bondad. En este sentido nos ayuda mucho a representar a Cristo". "Un hombre con una gran conciencia de sí mismo...", continuó el periodista. "Si fuera sólo autoconciencia humana, sería exagerado. Hay algo más en esta expresión, algo mucho más grande: Jesús sabe que es totalmente uno con el otro, es decir, con el Padre, con Dios. Esta unidad es familiar, supera todos los demás modos de unión mística que conocemos. Por eso Jesús puede aplicarse a sí mismo con razón el nombre de "Dios soy".
En los límites de una entrevista, encontramos en estas líneas un interesante ejemplo de cómo un teólogo de gran sensibilidad -(que en pocos años se convertiría en nuestro Papa)- aborda el misterio de la Sábana Santa: conoce los datos de la discusión científica y no los discute, aunque realza los elementos probatorios; en cambio, se deja llevar por el mensaje de la imagen y destaca todas sus potencialidades. Al final, a partir de la serenidad que emana del rostro de la Sábana Santa, llega a identificar una dimensión tan singular en la actitud del propio rostro que pasa a hablar directamente de los sentimientos de Jesús, que experimenta la conciencia de su unión única con el Padre. Es el punto de partida de un discurso que en la gran entrevista se tematiza sobre el Jesús de los Evangelios y de la fe. Pero es interesante que la Sábana Santa pueda ofrecer el punto de partida espontáneo.
Me parece que este testimonio es esclarecedor y ejemplar. Partiendo de un conocimiento indudable de los resultados de la discusión científica sobre la Sábana Santa, uno no se detiene en ellos, sino que procede a una observación sólo aparentemente superficial, pero que en realidad empuja a reflexionar sobre el dato teológico más desafiante y llega a hablar espontánea y claramente de Jesús. La Sábana Santa ha logrado así su objetivo, siendo la referencia a Él toda su razón de ser.
Me parece que podemos hablar de una nueva evangelización a partir del reconocimiento de la "nueva" situación en la que nos encontramos. Puesto que las situaciones se renuevan continuamente con el paso del tiempo, la evangelización debe abordar continuamente el problema de la novedad. Aunque esto se da por descontado, es cierto que hay épocas de novedad más intensa; hoy parece que estamos lidiando con esa novedad en relación con el Evangelio. Entre las novedades que pueden ofrecer una respuesta de cierta eficacia, la ampliación del conocimiento de la Sábana Santa desempeña -me parece- una función no exenta de incisividad. Lo digo con temblor, porque son muchos (probablemente demasiados) los que están convencidos de tener propuestas de cierta eficacia. Y entre muchos no faltan propuestas inadecuadas, que incluso pueden ser perjudiciales. En este panorama, cuando menos problemático, debe situarse hoy el discurso sobre la Sábana Santa.
Termino con una última mención a la condición de mi persona. Es probable que mi encantador auditorio, al ver ante sí a un sacerdote, se pregunte qué lugar ocupa la Sábana Santa en el ejercicio de su ministerio. Digo esto para amortiguar el golpe. Y es la primera vez que enuncio, incluso para mí mismo, esta pregunta. Debo responder que explícitamente lo hago muy poco. Es cierto que la Sábana Santa es para mí una presencia habitual y querida, como un miembro de la familia, que no necesita ser nombrado para ser operativo. Pero quizás estoy tomando un atajo. El problema es que cuando estoy allí la primera reacción es simplemente el silencio. Y luego no es fácil hablar con los demás sobre el silencio.
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